Este
pensamiento no apareció una o dos veces, quiero decir, cayó
muchísimas veces al ver a mi hijo Benjamín jugando con sus sonidos
y movimientos de apenas un año. La idea llegó a mi mente a través
de mis ojos. Y en ellos había ardido algo semejante a la tristeza y
a la nostalgia pero el tiempo no actuó, el futuro no nos arrastró.
Pensaba,
y cada vez que lo hacia era un mínimo latigazo silencioso
dictaminando que así seria, que Benjamín jamás recordaría estos
momentos de aprendizaje de la felicidad, entretenimiento y amor.
Estábamos
mamando del amor con una virginidad que redefinía cada segundo los
próximos sentimientos.
Mi
memoria sería la portadora de esos momentos inmensos. Me sentía
secuestrado por la situación, forzando a mi mente por los mismos
caminos que tampoco serian los mismos.
Miraba
a su madre observando estas corridas de felicidad en el comedor
mientras algo devastaba lo interno.
Alguna
tendencia a dramatizar? – re pensé riéndome en silencio.
Pero
llegaban estos cuervos del destino paterno a través del aire
limpísimo de mi hijo. Ensayaba maneras de tratar de hacerlo recordar
en los siguientes años lo feliz que nos habíamos hecho pero tal vez
todas las variables de nuestros universos chocando diseminarían los
recuerdos, enmascararían los sentimientos, teñirían con las luces
de las dudas nuestro latente y absoluto amor,
Con
la frialdad de lo pactado con la humanidad, con algún dios o con la
primera luz en la vida del Todo, la certeza me llevaba por donde
transita el verdugo.
Que
importa el camino. El verdugo aparece a tiempo y cumple.
Por
que el Tiempo nos pare y nos sentencia, nos permite una probada y nos
deja creídos que así será.
Saben
que cierro los ojos como para impedir que estos segundos no se hagan
cotidianos, comunes olvidables y recuerde a mi hijo y nuestra
alegría?
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