La luz en un segundo.


Pasaron alguna vez por esa clase de momento donde la vida parece detener al tiempo (digo, nos saca de su ilusión de continuidad) y nos muestra algo y en ese espacio nos toca hacer o no hacer?
Salimos a disfrutar del sol y la plaza con mi mujer y mi hijo.
Lo llevo a Benjamin a la hamaca ( o columpio) para el disfrute del vértigo y llega a la que estaba junto a mi un chico de unos 8 años. Gorra roja, remera oscuras a rayas y la expresion de estar por pasarla bien. Nos sonríe y se siente cómplice del mismo juego.

Mamaaaá, empujame

...

Mamaaaá, empujame..

...

La mirada que antes saltaba jugando por toda la plaza, por los árboles, por nuestra presencia, por los bancos de concreto, por la tranquilidad de los toboganes amarillos busca a los ojos de su madre y descarrila.
Ella mira el celular sentada junto al camino principal y a unos 10 metros. No levantará la cabeza ni descruzará su posición. El único movimiento es el de su falda azul floreada y su pelo negro.
Sé lo que viene a continuación, lo conozco porque mis labios se cerraron y formaron algún tipo de gesto seco, algún grado de disgusto. Regresa el silencio de la petición y me corta la cara pero da de lleno en el muchachito.
Ya busca a su madre en cuerpo completo y la hamaca va deteniéndose. Sé también que éstos dos segundos de un tiempo que no existe se le han atragantado.

Maaa...

Sé que la ausencia de respuestas nos ha barrido como una marejada sucia y sé que algo explota dentro mio. Ahí esta la sonrisa de Benjamin junto a su planetita de buena suerte y en una órbita cercana algo se muere antes de nacer.


Sabés hamacarte?

Cuando me mira aun tiene la inexplicable sonrisa. Me mira y mira a mi hijo y las evaluaciones y comparaciones son rapidísimas y deben tajear aun nivel que se nos escapa a ambos.

Niega con la cabeza y la sonrisa resiste a todo lo amargo.

Ben está atado así que voy hasta el respaldo de su silla. Hago el movimiento clásico para comenzar. Ahí va el envión.,

Empujá con el cuerpo y los pies, vamos!-- le insuflo la orden como quien piensa aferrarse a un cohete y llegar al espacio en esas condiciones. --Eso!, muy bien! Dale!

Este péndulo de plaza se mueve desconociendo los procesos de alegría-tristeza que se producen en sus huesos metálicos.
Camino hasta estar frente a él, sabiendo que iba a encontrar esa sonrisa de inocencia y expectativa luchando por tragarse el sol, los sonidos de la calle, el viento caluroso y todo lo que pudiera.
Su madre sigue metida en el vestido azul floreado pero me pregunto a dónde se ha marchado el resto de ella.
Ahí aparece el sonido tratándose de unirse a la cordura.

Maaa..
Maaaa

Sigue disfrutando el movimiento y en ésta ocasión también conozco lo que vendrá.
Hamaco a Benjamín y miro casi exclusivamente en su la dirección del vestido azul floreado. La posición no mutó, pero su realidad sale como el martillo de Thor y nos cae.

--Vamos que se hace tarde...-- Una frase sin inflexiones,sin conexión visual, sin esperar demasiado

--Ma...

Veo que la sonrisa va muriendo como pececito fuera del agua. El péndulo va llegando a su centro.

Lo miro y el niño hace lo mismo. Es una fracción de ese momento en que los dos nos decimos “lo hemos intentado, no sé porque falló”.
Puta madre pienso. Sé porque falló pero deja que de esa bala me encargo.
Sigo sonriendo. Hago la mueca de “ bueno..es la hora, que se le va a hacer..”

Cuando baja y va tras su madre ella se levanta pero no lo mira y su automatismo la impulsa hacia algún lugar. Los observo. Pienso que no les queda más que el mismo camino, signifique lo que signifique para cada uno de ellos, en ésta parte de sus historias.

Desabrocho a mi hijo y en brazos, vamos hacia la sonrisa de su madre. Ella también había sido testigo, en distancia.
No pienso ni en la luz del alma, ni en la eléctrica ni en los claroscuros.
Pienso en esa breve luz del día que se nos hizo más potente sobre nosotros, una luz cenital rellena de brevedad pero de posibilidad. La que hizo brillantísima la sonrisa de aquel chico, la que estiró mi mano invisible antes que la de piel y hueso para empujar la silla.
Pienso que todos nos encontramos en el espacio del otro, alguna vez, o muchas. Pero lo olvidamos rápidamente, bajo la intermitencia de un tiempo que no existe.







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