A veces lo aprendemos, a veces llega en forma de revelación.
La vida nos lleva por lugares impensados, damas y caballeros y paternidad-
maternidad puede ser uno de ellos.
Cuando aparecen en el calendario estas fechas tan amorosas,
tan de recordar, vivir y reforzar amores como la del Viejo San Valentin se nos
presentan en formas de avisos, de regalos y regalitos, de escapadas románticas,
desayuno almuerzo cena romántico sin siquiera ponernos a pensar que ese
sacerdote del siglo III opusiera su voluntad al regente de turno en Roma
(emperador Claudio II) en la idea de seguir casando a los varones jóvenes que
en vez de seguir sus decisiones personales de matrimonio todavía podían servir
al ejercito y a la conquista romana.
Como era de esperarse, Valentin, que era Obispo por ese
entonces, fue degollado, pagando por sus actos contrarios al emperador el 14 de
Febrero del 270.
Como la historia y sus protagonistas siempre caminan en círculos,
dos siglos después, el Papa Gelasio I toma la figura de Valentín, la actualiza como patrono de los
enamorados en su puntada con hilo para dar por tierra a la fiesta de Lupercalia,
celebrada los 15 de Febrero donde los solteros escogían una pareja y le daban
al amor libre y sin concesiones durante un año.
Y donde terminamos con las vuelta de la visa? Ah, si! Llega
el 14 de Febrero, amas a tu pareja, ella te ama y ahora el festejo incluye vida
con hijos.
Cómo cambian los horizontes, verdad? Si hay abuelos, tíos
pues tendrás los tan difíciles y deseados momentos de intimidad (en todo nivel).
Podrán verse a los ojos y re encontrarse
apartando biberones, juguetes, escolaridades, horarios, comidas y toda la lista
infinita.
Sino…a sumarlos!
Creo que el amor es tan delicado y potente a la vez que
tienes la obligación de encontrar ese momento para potenciarlo y hacerlo
crecer. En este caso vendrá de pareja e hijos pero puede hallarse en cualquier corazón
dispuesto.
La celebración de San Valentín mutó a situaciones
comerciales no porque el “maldito capitalismo” se apoderara de todos los iconos
de la cristiandad y de la occidentalidad. No le echemos la culpa a la pobre
Esther Howland que en 1847 tuvo la idea de hacer tarjetas para festejar el amor
y hasta la amistad.
La cultura popular también adopta a sus figuras según sus
necesidades, sus ganas de creer o de amar a los que cada humanidad en nuestro planeta azul va
creando para existir.
En mi pequeño San Valentín me siento inmenso con mi mujer y
mi hijo. Me siento feliz por tenerlos. Tengo la suerte de la reciprocidad.
Mis mejores deseos a aquellos que se dan la oportunidad de
amar.
A todos.
Incluso a uno mismo.
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